Se drena
el polvo
del centenar de mariposas
muertas
en el fondo del ventrículo.
Jamás oyera el mar
sus voces
diminutas
de agonía;
él sólo cantaba
de una tormenta
sin fin
Gritan
mudas
sin audio
huyendo
cómo voló la luciérnaga
del tarro de aceitunas
abierto.
Sin luz
Sin luz
sólo el fuego fatuo del pantano
baila en la vorágine
del unísono
y me llama
me llama
me llama…
Agua deslizada en resbalón;
mi cuerpo cubierto de barro,
del fango tomado por piedra
del que jamás supe moldear
un cenicero
Ahora
arcilla
en la boca
de quién quiso
ser
aire
Todo acabó
disuelto
en el fango:
el rocío de la aurora
la espina hundida en el costado
la sal de la brisa junto al mar
el rizoma -tóxico- del tubérculo
el polen de flores
ya marchitas
las partículas metálicas
del aire…
incluso
el polvo
de un centenar
de mariposas
muertas
que ahora albergan
pavesas de fuegos fatuos
entre las paredes
de un cenicero.